Editorial de El Nacional: El secreto de las fuentes. El periodismo y las máscaras

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Hay oficios para cuyo desarrollo es fundamental la revelación de las fuentes, pero hay otros para los cuales es fundamental su hermetismo. Cada trabajo relacionado con el bien común se atiene a su peculiaridad, es decir, a las necesidades que debe atender para el cumplimiento cabal de sus funciones. De cada una de esas maneras específicas que dependen de formas concretas de trabajar en relación con la sociedad de la que forman parte, que se originan en búsquedas de datos capaces de contar con la aprobación de sus destinatarios, mana la confianza sin la cual las actividades que llevan a cabo pierden utilidad. ¿De qué sirve una función social que no merece el crédito de los hombres que pueden sacar provecho de ella? En el primer grupo de esos oficios se encuentra la manera de trabajar de los llamados científicos sociales, por ejemplo: sociólogos, economistas, politólogos e historiadores, entre otros. Su credibilidad depende de los datos que aporten, de los testimonios que ofrezcan para convencer a la colectividad de la solvencia de sus contribuciones. Si a sus estudios les falta el soporte de testimonios irrebatibles que se hacen del conocimiento público, se convierten en retórica vacía. De allí la abundancia de citas textuales, de estadísticas y referencias documentales a través de las cuales los análisis se hacen verosímiles y se convierten en una necesidad compartida.

PRTEGER LAS FuentesEn otra clasificación se localiza el trabajo de los periodistas. También tienen la obligación de aportar datos concretos, es decir, evidencias incontrovertibles que llamen la atención del lector y lo convenzan de la honradez de las crónicas, de los análisis o de los reportajes que acaban de leer. Pero, a diferencia de los científicos sociales referidos antes, para ellos es primordial la protección de las fuentes. Especialmente cuando se refieren a temas candentes que pueden provocar el perjuicio de quienes aportan la información. Cuando se compromete de verdad con la esencia de su misión, el trabajo periodístico no remite a épocas pasadas ni a episodios inocentes y placenteros de la cotidianidad. Al contrario: descubre las lacras de la sociedad circundante, denuncia ilegalidades y corruptelas, quita o debe quitar máscaras todos los días.

De que tal forma de trabajar es una necesidad ineludible da cuenta el hecho de que en las legislaciones de los países democráticos, a escala universal, se la protege con el mayor celo. ¿Motivo? Para resguardar el trabajo de los periodistas de las presiones de los poderosos, para permitir que la verdad circule sin trabas en beneficio de las colectividades que tienen la necesidad de manejar versiones confiables de la realidad que habitan, es decir, de salvaguardarse igualmente ellas de las maniobras de quienes las perjudican con conductas oscuras e ilegales. ¿No sabe esto el régimen venezolano? Claro que sí, pero siente la necesidad de presionar a los periodistas debido a que buena parte de las fuentes que solicitan hermetismo apuntan contra sus manejos irregulares y contra sus ventajas obscenas. El régimen se empeña en que los periodistas no revelen sus vagabunderías y por eso quiere la identidad de los informantes, pero se enfrenta a una tradición de compromiso social y de fidelidad profesional que no doblegará.

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